“Todo cambio se desarrolla entre el caos y la reordenación”
-Luis Hernando Mutis Ibarra-

En la actualidad, se presenta una pugna entre la pedagogía tradicional y las nuevas pedagogías. La educación actual se presenta siempre entre dos paradigmas: escuela tradicional y cualquier propuesta nueva. Esto hace entre ver que, pese a todo, lo único que ha permanecido, es la escuela tradicional. Sin embargo, es de suma importancia tomar en cuenta que el punto de partida de toda educación necesita ser el hombre, el ser humano. José María Valero lo expresa de esta forma: “Toda educación se fundamenta en la concepción que se tenga del hombre” (Valero García, 2001) Octavi Fullat dice: “Lo único que salta a la vista de forma clara es que no importa qué pedagogía lleva siempre en su seno una inquebrantable referencia a un modelo de hombre” (Fullat, Filosofías de la Educación. PAIDEIA, 1992) Entonces, es conforme a cada concepción de hombre que se tenga, que se elaborará todo un sistema educativo, con todo lo que esto implique, que dará como resultado, a su vez, un tipo concreto de sociedad.

Pero, entonces, ¿quién decide qué se debe enseñar o aprender? ¿Qué es lo que le conviene a la sociedad educacionalmente hablando? ¿En quién recae la responsabilidad del proceso educativo? Serán estas, tal vez, las interrogantes más incisivas que se plantearán a lo largo de toda la humanidad.

Podemos puntualizar algunas de las características que tiene la Educación Tradicionalista: 100% teórica, abstracta, desconectada de la realidad, autoritaria, esclavizante, “domesticante”, pasiva… citando nuevamente a Valero, declara: “Hemos reducido la escuela a un lugar para aprender cosas, cuando debe ser un lugar para vivir, relacionarse, cooperar” (Valero García, 2001)

Pareciera que entramos en una contienda, en un caos para desacreditar a la Pedagogía Tradicional, pero no se trata de eso, no es ese el objetivo. Si bien no estamos de acuerdo con algunas de las estrategias de una Educación Tradicionalista, necesitamos aclarar esa pequeña diferencia de términos. Analicemos lo que Mario Carretero nos quiere ejemplificar:

“Los contenidos presentes en la actualidad en la enseñanza de las Ciencias Sociales al final de la educación primaria son bastante complejos y abstractos e implican el dominio y la automatización de una serie de conceptos y procedimientos cognitivos no comunes en la mayoría de los alumnos” (Carretero, 2002) El problema principal que nos describe en este fragmento, es que los contenidos están desfasados de la realidad, del contexto en el que se desenvuelve el estudiante.

Una de las estrategias de la Pedagogía Tradicionalista es la memorización irracional, dando prioridad a los “conceptos aprendidos” desplegados en un examen, mismos que, al concluir dicha evaluación, será casi irremediablemente olvidados. Se estudiaba para adquirir una calificación no para adquirir un aprendizaje, es decir aprehender, importaba más lo que memorizabas que los conocimientos que pudieras adquirir y aplicar, todo se resumía en repetir con eficacia lo que el maestro/a nos había “enseñado”-dictado.

A lo largo de la historia han surgido una serie de nuevas pedagogías y cada una de ellas nos presenta su versión de hombre y, por ende, el tipo de sociedad que se va forjando, iniciando desde el famosísimo mito de la caverna de Platón hasta la famosa pedagogía espartana, sintetizada en un fragmento de la famosa película titulada 300: “Cuando el niño nació como todos los espartanos, fue inspeccionado. Si hubiera sido pequeño, débil, enfermo o deforme, habría sido descartado. Desde el momento en que se puso de pie, fue bautizado en el fuego del combate. Aprendió a no retroceder jamás, a no rendirse jamás. Aprendió que la muerte en el campo de batalla, sirviendo a Esparta, era la mayor gloria que podía alcanzar en su vida” (Snyder, 2007). De esta forma, inicia esta extraordinaria historia, en la que nos responde ¿qué tipo de hombre necesitaba Esparta? Hombres fuertes, valientes, que soportaran el dolor, guerreros, patriotas; situación por la cual no había cabida para los débiles y los cobardes. La escuela “paterna-materna” y la de la vida (luchas y guerras), forjaban a los niños para obtener al final, hombres capaces de luchar hasta las últimas consecuencias por defender sus intereses, sus valores, su amada Esparta. Estas enseñanzas se transmitían de generación en generación.

¿Acaso en la actualidad se enseña de forma distinta que en aquella época de Esparta? Sí, en cuanto a objetivos y contenidos. No, en cuanto a la forma de hacerlo. Las generaciones mayores siguen educando a las menores. Los más dotados son los que guían, los que educan. Llámense maestros, tutores, facilitadores, guías, moderadores, orientadores… Sin embargo, otro detalle más que se puede rescatar de la forma de educar espartana, es que no eran sólo aprendizajes teóricos y estáticos, sino prácticos, el alumno/hijo, aprendía haciendo, técnica de experiencia, sobre la vida misma, innovadora. Hoy en día, dicha técnica fue adoptada por las corrientes constructivistas.

Octavi Fullat hace hincapié en la importancia de la teleología de la educación, si ya se tiene el concepto de hombre. Entonces se debe buscar ¿qué se enseña? ¿Cómo se enseña? Y lo más importante, ¿para qué se enseña? Es a lo que se le conoce como finalidad de la educación.  Dicho autor, Fullat, nuevamente, hace un trabajo magistral al presentar dos formas principales para entender la finalidad de la educación; la primera es desde la PERSPECTIVA ESENCIAL; y, la segunda, PERSPECTIVA EXISTENCIAL.

La Esencial contiene tres propuestas pedagógicas concretas: la Pedagogía Tradicional, la Pedagogía Marxista y la Pedagogía Personalista. Mientras que la Existencial contiene cinco corrientes: Pedagogía Libertaria, Pedagogía Freudiana, Pedagogía Activa, Pedagogía Tecnológica, Pedagogía de la existencia (Fullat, Las teorías pedagógicas, 1992). Cada una de ellas con un vasto despliegue tanto de concepciones de hombre, presupuestos e ideologías, como de representantes, entre los que se pueden contar psicólogos, pedagogos y filósofos. Quienes, desde sus diferentes perspectivas, intentan justificar su estilo de educación.

Es inevitable no citar algún trabajo, idea, postulado o estrategia de los jesuitas, considerados, por muchos, tradicionalistas; por otros, revoltosos; y por los más, como visionarios e innovadores. Desde su fundador Ignacio de Loyola, hasta los millones de grandes jesuitas que han llegado hasta nuestros días, de generación en generación. Podemos leer una de las exigencias que se les hacen a los maestros que hacen vida esta espiritualidad ignaciana:

“A los maestros jesuitas en centenares de colegios, la consigna magis los centraba en proveer la educación secundaria de más alta calidad disponible en el mundo: un estudiante a la vez, un día a la vez.  Hicieran lo que hicieran, se mantenían convencidos de que el rendimiento de la más alta calidad se obtenía cuando los individuos y los equipos apuntaban más alto” (Lowney, 2004) Buscar el magis, es dar lo mejor de lo mejor, lo máximo, y es y seguirá siendo, la expectativa de hombres y mujeres que se pretenden alcanzar en la educación, que sean capaces de conocerse a sí mismos, conocer su entorno, descubrir las propias potencialidades y ponerlas al servicio de los demás.

Concluyendo.

Pese a todos los prejuicios que se tienen frente a la Pedagogía Tradicional, esta aún tiene vigencia y validez en todos los ámbitos educativos. Nótese que se ha dicho tradicional y no tradicionalista, porque el término Tradición viene del latín traditio, que es el conjunto de bienes culturales que se transmite de generación en generación dentro de una comunidad. Se trata de aquellas costumbres y manifestaciones que cada sociedad considera valiosas, y las mantiene para que sean aprendidas por las nuevas generaciones como parte indispensable del legado cultural. (A.A.V.V, s.f.)

Partiendo de esta definición, podemos descubrir que la tradición fortalece y hace valiosa a la sociedad, denota cultura, avance, desarrollo. Es la más maravillosa herencia que se puede brindar. Sin embargo, el problema reside en que, durante los muchísimos años de tradicionalismo en la educación, se transmitieron demasiados conceptos considerados estáticos, inmutables, que transformaron a la misma, la educación, en un culto de lo ya hecho, de lo concebido de una vez y para siempre. Y a esa deformación del pensamiento de la tradición es precisamente la que denominamos tradicionalismo (PsicoPedagogía.com, s.f.). Produciendo maestros con verborrea y alumnos pasivos. No podemos seguir con una educación o pedagogía tradicionalista; pero, por el contrario, sí necesitamos fortalecer la educación tradicional permeada y enriquecida con todas las nuevas escuelas y corrientes pedagógicas que han y seguirán surgiendo; no hay nada más tradicional que una institución llamada escuela, alumnos y maestros…, y bien lo dice Héctor Aguilar Camín: “Los países necesitan ingenieros que construyan carreteras, médicos que curen enfermedades, abogados que apliquen las leyes, agricultores que siembren los campos, trabajadores que hagan producir las fábricas. Pero, para tener todo eso, se necesitan, primero, tener maestros: gente que enseñe a los ingenieros a construir, a los médicos a curar, a los abogados a legislar, a los agricultores a sembrar, a los trabajadores a producir y, a todos ellos, a ser maestros de los demás y de sí mismos. Porque “el que deja de aprender, deja de reproducirse” (Camín, 1995)

Termino puntualizando que, cuando el ser humano descubre el valor del conocimiento y del aprendizaje, será capaz de realizar una síntesis no amalgamada de teorías y propuestas, sino enriquecidas para lograr, lo que finalmente toda educación propone, un hombre y mujer educados.

“La experiencia enseña que el hombre acoge con más gusto y entusiasmo lo que él mismo descubre” (Lowney, 2004). Mientras exista algo por hacer, por aprender, por descubrir, por inventar, se conseguirá mediante procesos educativos tradicionales, alguien que aprende y alguien que enseña, pero ambos que se educan juntos.

FUENTES:

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Pedagogía Tradicional vs. Escuela Tradicionalista

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