Hans-Georg Gadamer (Marburgo, 11 de febrero de 1900 – Heildelberg, 13 de marzo de 2002), precursor de la Hermenéutica como escuela y teoría filosófica de la interpretación de textos, reflexiona en su obra principal, Verdad y método, en torno a una pregunta fundamental: ¿cómo es posible la comprensión humana?; siendo su interpelado “el conjunto de la experiencia humana del mundo y de la praxis vital” (Gadamer, 2005, p. 12). Esta es una cuestión que va más allá de las llamadas desde el romanticismo “ciencias del espíritu”, así como de las fronteras impuestas por el concepto moderno de método de carácter cartesiano, pues asume que no atañe ni a uno ni a otro en particular, sino que involucra a ambos (p. 23). Parte de la analítica temporal de Heidegger para suponer que la comprensión no es uno de los muchos modos de comportamiento del sujeto sino el modo de ser más propio del estar ahí o Dasein. Ello indica que toda comprensión no es sólo ni en primer lugar un asunto meramente racional, sino que, además de estar históricamente condicionada, también está anímicamente templada.

La hermenéutica no es concebida originalmente por Gadamer como un método filosófico entre muchos otros ni como el único adecuado, a diferencia del proyecto de legitimación científica de la filosofía manifiesto en la fenomenología de conciencia intencional fundada por Edmund Husserl, donde ésta sí es concebida por su autor como tal; en todo caso, la reflexión en torno a la pregunta por la naturaleza de la comprensión humana, antecede a todo intento de prescriptiva para el conocimiento de tal o cual fenómeno, ente o texto (p. 23).

EL CÍRCULO HERMENÉUTICO Y LOS PREJUICIOS

La experiencia hermenéutica tiene la forma de un círculo comprendido a partir de tres momentos: la comprensión, la interpretación y la aplicación. Los dos primeros fueron postulados por Heidegger, quien los propuso como momentos co-originarios del estar-en-el-mundo, en los cuales, la interpretación viene a ser la articulación de lo comprendido, manifestándose en el lenguaje del cual todos participamos, por ejemplo, en el estado interpretativo común de la cotidianidad media. Se trata de una circularidad en la cual aquello que se debe comprender resulta ya preliminarmente comprendido de una forma u otra. Ello sugiere que la estructura de la comprensión se refiere al sujeto existente solo a partir de supuestos o pre-comprensiones del mundo que le sirven de base para anticipar el sentido proyectado en él al momento de la interpretación. La novedad de este planteamiento radica en que este círculo, particularmente condicionado por las pre-comprensiones o prejuicios resultantes del conjunto de experiencias vitales del estar-en-el-mundo, anímicamente templado e históricamente determinado, no es un límite de la comprensión, sino la condición misma de toda interpretación, es decir, de todo acceso al mundo y de todas las relaciones establecidas con otros entes incluidos aquellos que tienen la estructura existencial del Dasein (Heidegger, 1997, pp. 13-49).

Gadamer retoma el planteamiento heideggeriano del círculo hermenéutico y de la interpretación como ejercicio de explicitación de los contenidos implícitos que configuran nuestras pre-comprensiones del mundo, las cuales siempre están en la base de todo proceso cognoscitivo —aunque casi siempre de manera acrítica y vedada. Está de acuerdo con que el intérprete no se cierra en sí mismo al ejercitarse en el círculo hermenéutico sino todo lo contrario: dicho círculo representa una apertura a la alteridad del texto, incluso a la alteridad del mundo y los entes de todo tipo: el sujeto que interpreta debe estar dispuesto a dejarse decir algo del otro, algo a lo que no puede llegar por sí mismo. Se le podría reprochar al intérprete, no obstante, que pudiese quedar atrapado en sus pre-comprensiones de manera tal que el texto se convirtiese en un pretexto que sirviese solo para traerlas a colación. Sin embargo, Gadamer considera que el interpretans frente al impacto (anstoss) surgido del encuentro con el interpretandum, lejos de simplemente auto justificar sus precomprensiones con un pretexto, está obligado a poner a prueba la legitimidad de tales o cuales prejuicios concernientes al texto. El intérprete debe estar dispuesto a permitir que el texto que busca comprender le diga cualquier cosa, sin importar que ello contradiga o reafirme los prejuicios con los que se acercó a él (p. 332-333). —esto podría evitar que el intérprete llegase a hacer una especie de “colonización del texto”. En este sentido, la experiencia artística es concebida por nuestro autor como el paradigma del movimiento hermenéutico donde confluye el mundo de la obra de arte y el mundo del sujeto al que la obra le dice algo. En la obra de arte donde se experimenta una verdad que se afirma frente a todo razonamiento, exigiendo a la conciencia científica que reconozca sus propios límites (p. 24).

Además de los momentos co-originarios de la comprensión y la interpretación propuestos por Heidegger en el círculo hermenéutico, Gadamer incorpora uno más: la aplicación. Este momento subraya que la comprensión ocurre siempre y en primer lugar dentro de una determinada situación histórica, la cual condiciona, en todo momento, el comprender de uno mismo. Supone una relación vital entre interpretans e interpretandum que significa una actualización del pasado basada en las expectativas y preocupaciones del presente: una mediación entre el mundo histórico y el mundo actual. En este sentido, lo clásico cobra un papel muy importante como aquello en lo que culmina el carácter general del ser histórico, como conservación de un mundo lejano (p. 357). Sin embargo, el intérprete debe entablar un diálogo con lo clásico desde el mundo presente, no suscribirlo tal cual: llegando así al momento de la aplicación hermenéutica.

LOS PREJUICIOS COMO CONDICIÓN DE LA COMPRENSIÓN

Como ya hemos visto, uno de los problemas centrales e iniciales de la hermenéutica filosófica de Gadamer consiste en la rehabilitación de la tradición y de los prejuicios como condición de la comprensión. Los prejuicios —no en sentido moral, sino en el sentido de juicios previos o pre-comprensiones— son el contenido de la tradición, entendida esencialmente esta última como conservación de aquellos valores y creencias —prejuicios— que constituyen nuestro ser (p. 344). Si bien Gadamer no habla propiamente de cultura en los apartados aquí abordados de su obra capital, ni de su vinculación o equivalencia con la tradición, podemos suponer, conforme a lo dicho en la idea anterior, que la cultura, en todo caso, quedaría comprendida dentro de la tradición como aquella que cultiva a partir de tal o cual tipo de formación los valores y creencias que la fundamentan.

Cabe señalar también, que este carácter ontológico y constitutivo de los prejuicios y de la tradición como condición de posibilidad de la comprensión, no los convierte automáticamente en algo intocable, sólido e inmutable sino en algo hipotético y provisional, susceptible de confirmación, corrección o desmentida. No obstante, tales consideraciones no agradaron a los pensadores de formación principalmente ilustrada contemporáneos y posteriores a nuestro autor . Esto así porque, para ellos, solo es posible conocer a las cosas mismas mediante un método científico eminentemente racional, esto es, poniendo en duda o bajo sospecha todas las creencias o prejuicios de las cosas que tradicionalmente consideramos verdaderos, sea por nuestra formación académica o por la cotidianidad; una especie de vaciamiento de todo ápice subjetivo, concreto, que contamine o comprometa la articulación de ideas claras y distintas de las cosas (Descartes, 2012, p. 61-103).

Gadamer asume, en oposición al pensamiento moderno ilustrado, que entre tradición y razón no hay una oposición irreductible (p. 349), que los prejuicios no nublan ni imposibilitan el conocimiento, sino que ambos elementos nos hablan de que éste no nace ni en el espacio vacío de una subjetividad abstracta ni en el marco de una conciencia ajena al devenir, sino en el horizonte temporal concreto de esa mediación histórica viva entre pasado y presente.

CONCLUSIÓN

Con todo, la teoría del círculo hermenéutico, integrado por los tres momentos co-originarios de la comprensión, la interpretación y la aplicación, enfatiza el carácter histórico-finito de la razón humana sujeta a ciertos prejuicios que en ella habitan de un modo implícito — que no autocreadora, autónoma y universal. El quehacer hermenéutico consiste justamente en esclarecer dichos prejuicios para que en una relación crítica con la realidad puedan ser comprobados o refutados. “La comprensión solo alcanza sus verdaderas posibilidades cuando las opiniones previas con las que se inicia no son arbitrarias. Por eso, es importante que el intérprete no se dirija hacia los textos directamente [al menos no en un primer momento], desde las opiniones previas que le subyacen, sino que examine tales opiniones en cuanto a su legitimación, esto es, en cuanto a su origen y validez” (p. 333-334). Esto nos permitirá desarrollar una actividad de conocimiento cual tejido conectivo que permita un diálogo más honesto con las cosas mismas, con nuestro pasado y nuestro presente.

La hermenéutica filosófica y el tema de la comprensión humana

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